Primer día

El conserje me acompaño hasta mi habitación llevando mis maletas. Me entregó la llave, hizo una reverencia y se retiro.

Abrí la puerta y fui segado por la elegancia de esta. El piso era de la misma madera que la recepción y estaba tan limpio como esta. En las paredes había distintos cuadros, en su mayoría replicas de grandes pintores. Y en el fondo un gran y cómodo sillón tapizado con cuero además de diversos floreros esparcidos en cada rincón de la habitación. Todo esto solo representaba solo una de los diversos espacios que tenía para mí. El dormitorio no era muy distinto, solo la diferencia estaba marcada por una gran ventana que da a la playa y la gran cama cubierta por suaves colchas. El baño, era pequeño -a lo que estaba acostumbrado- pero era prolijo. Tenía una bañera blanca que complementaba con el resto del sanitario y con las toallas colgadas al lado del fregadero. Todo el ambiente estaba impregnado de olor a limón.

El viaje había sido largo, solo quería descansar, por lo que cerré la puerta de mi habitación con llave y sin acomodar mis bolsos, me recosté en la cama. Por el momento, mi investigación comenzaría mañana.

Ella se adentró en mi habitación asombrada. Todo mantenía el orden debido a que aún no había tenido la oportunidad de desempacar. Caminé hasta una pequeña barra cruzando el living y hurgué entre la lacena en busca del té. Saque un saquito de te de manzanilla, no había encontrado otro y puse a calentar el agua. Nuevamente observe que hacia mi invitada. Ella se dedicaba a admirar algunas pinturas y esculturas de poco valor y cada tanto corría un mechón de pelo que se posaba sobre su cara.

Por la habitación recorrió un frío silencio, que por suerte, fue eclipsado por el silbido de la pava que indicaba que el agua había alcanzado el punto de ebullición. Tomé dos tazas de porcelana e inserte el agua con el pequeño saco de té dentro.

-Por favor, toma asiento- dije mientras aproximaba una silla y situaba su pocillo frente a ella. Volví hacia la lacena y saque el azúcar. “Que suerte que estas habitaciones están equipadas con este tipo de cosas” me dije a mis adentros mientras llevaba la glucosa a la mesa.

Me senté y le ofrecí azúcar.
-Me dijiste que eras nueva en el lugar, ¿Cuándo fue que llegaste?... oh, por cierto, disculpa nuevamente mi falta de modales, soy Orlando, Vigée-Lebrun Orlando.

La joven sonrió y se presentó, mencionó que era de la avenida Craellios lugar que yo no conocía, pero había oído a algunas personas en el barco hablar de el. Decía que era un lugar para personas adineradas, y esta joven vestía como tal.

-No, no conozco esa avenida- respondí ante su pregunta –estoy aquí ejerciendo mi profesión; soy arqueólogo. Quisiera tener vacaciones –deje escapar una risa, puesto que me había causado gracia –los arqueólogos no solemos tomarnos vacaciones. –tomé la taza y la llevé a mi boca, seguido de esto la volví a depositar el pocillo sobre la mesa- mencionaste que te mudaste hace poco, ¿por qué decidiste venir a esta isla?

-¿Que no me ve como arqueólogo? –repetí mientras dejaba escapar una carcajada –dígame señorita Scarlett ¿Qué cara tiene que tener un arqueólogo? –volví a reír, esta chica me hacia reír mucho –siendo sincero, yo no imagine que usted fuera secretaria del alcalde. Parece ser muy… joven.- Lo cual lo decía con toda la verdad. Tomé otro sorbo de la taza mientras camine hacia la ventana. El sol estaba cayendo lentamente detrás del horizonte. –¿Esta muy lejos la avenida en donde vive? Pronto caerá la noche y no quiero que camine sola en la oscuridad- tenía entendido que era un lugar peligroso a pesar de ser una isla turística. –no quiero que malinterprete mi intención, pero si quiere la puedo acompañar.- terminando la frase, camine hasta el interruptor de la luz y lo accione, seguido de esto deposito mi taza vacía sobre la mesa.

-…no es una molestia, lo seria si te dejara volver sola y te ocurriera algo- junté ambas tazas y la deposite en el fregadero. Me dirigí a mi bolso, lo abrí y extraje un poco más de abrigo, pues desconocía la temperatura nocturna y me direcciones hacia la puerta. La abrí para que ella saliera primero y salimos de la habitación.

-Tendrás que guiarme –le dije mientras bajábamos por las luminosas escaleras del hotel. Atravesamos la recepción y nos adentramos en las calles nocturnas de la isla.